domingo, 17 de enero de 2016

La caída de El Chapo en tres escenas

El Chapo, exhibido ante los medios tras su captura
E. VERDUGO (AP)
La historia de El Chapo ha vuelto a su principio. Al penal de máxima seguridad de El Altiplano. Ahí ha sido ingresado con medidas de seguridad redobladas el preso más volátil de México. El hombre que el pasado 11 julio se metió por un túnel de 1.500 metros acoplado al piso de su ducha y dio inicio a una de las más alocadas fugas de la historia. Durante seis meses, Joaquín Guzmán Loera, líder del cártel de Sinaloa, hizo de su huida un corrido. 

Cena en la clandestinidad

Esperaba con el rostro estirado y una camisa azul de 128 dólares. Nada más verlos, se adelantó para recibirlos. Dentro de la furgoneta iban los actores Kate del Castillo y Sean Penn, agotados tras 14 horas de viaje. Desde el primer momento, quedó claro quién era el centro de atención. El Chapo le abrió la puerta a ella, le habló primero a ella, la abrazó a ella. Y cuando le tocó el turno a Penn, el narco ni se dio cuenta de que no dominaba el español. Le importaba poco. Un mes antes ni siquiera sabía quién era. El propio Penn escribiría después que, en aquel grupo, él era sólo una “curiosidad".
La cena fue relajada. La reina de los culebrones, conocida por su papel de la sensual y mortífera Teresa Mendoza en La reina del Sur, se sentó a la derecha de El Chapo. Hubo tacos, enchilada, pollo y carne asada. Por primera vez, el hombre más buscado de América había abierto las puertas de su refugio en la Sierra Madre. Y con su decisión había sentenciado su destino. Los movimientos de la actriz llevaban meses siendo seguidos por los servicios de inteligencia.
Era el 2 de octubre. A la mañana siguiente, los invitados se marcharon. Cuatro días después, los comandos de la Marina lanzaron un ataque frontal. El Chapo llegó a estar en el punto de mira de un helicóptero, pero logró escapar tomando como escudo a la hija de su cocinera. En su huida se dirigió hacia las montañas donde se crio. En ese territorio era invencible. Pero la puerta de su perdición seguía abierta. El 29 de octubre, a las 22.15, Guzmán Loera tomó el teléfono encriptado y volvió a ponerse en contacto con la Reina del Sur. “Amiga, hay que verse. Todo estará tranquilo. Mi mamá quiere conocerte. No te desanimes, que no pasa nada”.

Amor de narco

El amor es para El Chapo un sendero que no deja de bifurcarse. A lo largo de su vida ha tenido cuatro esposas e incontables amantes. Una de sus pasiones más intensas fue la rubia y espigada Zulema Hernández. La conoció en la cárcel de Puente Grande, donde permaneció ocho años encarcelado hasta su fuga en 2001. La presidiaria, con un murciélago en la espalda y un unicornio en la pierna derecha, arrancó a El Chapo arrebatadas cartas de amor. “Zulema te adoro, y pensar que dos personas que no se conocían podían encontrarse en un lugar como este”, le escribió. Aquella pasión se extinguió con la distancia. Ya separados, el 17 de diciembre de 2008, Zulema fue hallada en el maletero de un coche. La habían asfixiado con una bolsa de plástico. En glúteos y senos llevaba marcada la última letra del alfabeto. El símbolo de Los Zetas, los enemigos de El Chapo.
Aún mayor fue su pasión por la belleza local Emma Coronel. Hija de un lugarteniente, se obsesionó con ella hasta el punto de casarse cuando aún era adolescente. Juntos tuvieron dos gemelas, el bien más preciado de El Chapo. Y uno de sus puntos débiles. Por ver a su esposa y a sus hijas cayó en 2014, cuando, contra toda lógica, decidió ir a visitarlas para despedirse.
Esta pulsión era bien conocida por los servicios de inteligencia. Por eso, cuando fueron interceptadas las comunicaciones, saltaron las alarmas. No eran meros requiebros; se trataba de mensajes volcánicos, casi adolescentes. “Te cuidaré más que a mis ojos”, le llegaba a decir. Pero la sorpresa dio un paso más cuando llegaron las respuestas: “Sabes quién soy, no como actriz, sino como mujer. Llevaré mi tequila para compartirlo contigo. Es un sueño que me tocaba cumplir”.
El Chapo perdió los estribos. Oculto en la montaña, su deseo arrasó con todo. Nadie se pudo oponer. Hostigado por el Ejército, dejó su escondite y acudió a una casa de seguridad en la ciudad sinaloense de Los Mochis. Allí, siempre según fuentes oficiales, planeaba un segundo encuentro con la Reina del Sur. Ahí le esperaba su perdición. 

Sin escapatoria

Doña Rosario cruza todas las mañanas en coche el semáforo donde confluyen una gasolinera y un restaurante Pollo Feliz. Por la alcantarilla de esa esquina emergió el Chapo mientras huía de los marinos que lo habían arrinconado en Los Mochis siguiéndole la pista. La señora podría haberlo ocultado con mantas en el maletero. Ella misma cree que las autoridades no hubieran sospechado de una abuelita de gesto amable a los mandos de una vieja carraca. Pero “la virgencita” no le dio la oportunidad de salvarlo. Pasó por allí, para desgracia de ambos, a una hora distinta a la que el Chapo asomó la cabeza por la alcantarilla.
El hombre que quería llevar sus andanzas al cine, con la sien palpitante, le robó el coche al primer conductor con el que se cruzó. Después se hizo con un segundo vehículo. El dueño llamó al teléfono de emergencia, que fue la pista definitiva que tuvieron los policías para atraparlo. Acorralado, con una camisa de tirantes, el lector de Roberto Saviano intentó sin éxito sobornar a los agentes que le echaron el guante. Se te acabaron las vacaciones, le anunció el jefe de la marina, su perseguidor, cuando lo tuvo cara a cara.
El mundo entero supo de inmediato que el prófugo universal había sido atrapado. Sin embargo, en Badiraguato, su pueblo en la sierra, a Wenceslao Gastélum, amigo desde la infancia del Chapo, la familia le ocultó la noticia. El narco le pagó a Wenceslao una operación de cataratas y otra de próstata, pero su salud es cada vez más delicada. Los 84 años pesan. Los visitantes le traen la funesta noticia: “¡Ay que la fregada! Pobre Chapito mío”. Su cuate pasó de mito, leyenda criminal, Pancho Villa de la amapola, a personaje (muerto de amor) de una telenovela.

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