Comienza el último año de la carrera presidencial de Barack Obama y con ella la configuración del legado que el mandatario dejará tras su paso por la Casa Blanca.
En una agenda muy cargada para esta fase final de su mandato se perfila la posible inclusión de una visita oficial a Cuba; la primera de un presidente norteamericano tras el restablecimiento histórico de las relaciones interrumpidas por poco más de medio siglo y con la particularidad añadida de que la restauración de esos nexos se produjo bajo su administración.
Aunque no hay nada fijo en el calendario oficial hasta la fecha, todo parece indicar que la contingencia se cuece motivando numerosas expectativas. Al menos no ha existido un desmentido firme, dejándose abierta la posible concreción del inédito viaje. Una nota de prensa dada a conocer por estos días asegura que la decisión se tomará en los próximos meses. A la misma le sucedió otra exponiendo la predisposición de Obama siempre y cuando no existan limitaciones para un encuentro con los disidentes cubanos. Una condición que apenas supone un impedimento de peso; ni para el gobierno de la Isla, ni para la contraparte norteamericana.
Ben Rhodes, asistente presidencial cuya gestión resultó clave en el reciente cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba, defiende la realización de una empresa que considera en consonancia con los deseos de Washington en aras de que Cuba mejore sus indicadores en materia económica y derechos humanos.
La visita del actual presidente sería un paso trascendental para estrechar lazos y confirmar las aspiraciones de transformaciones más profundas. La pregunta es si el viaje será prudente y si el mismo ayudará al aceleramiento, o al menos contribuirá, de los esperados cambios en la Isla.
Los más radicales reniegan de tal posibilidad bajo el argumento de que una visita de esa categoría solo será factible con la salida total de los Castro del escenario cubano y la verificación de un sistema plenamente democrático. No tienen en cuenta los que apuestan por esta salida aquella misión emprendida por Richard Nixon en 1972 cuando restableció relaciones con la República Popular China, en plena comandancia del dictador comunista Mao Zedong, con su régimen en plenitud de funcionamiento.
Cuando Nixon visitó al gobernante chino y se produjo aquel famoso encuentro de tenis de mesa, conocido como la diplomacia del ping pong, los chinos ni siquiera soñaban con las nuevas políticas económicas de las “cuatro modernizaciones”, llevadas a cabo finales de los ochenta por Den Xiao Ping.
Ocho años después del estrechón de manos entre el presidente demócrata y el líder comunista poco parecía haber cambiado en el contexto político e ideológico chino. Quienes salían en funciones oficiales, de trabajo o estudio, lo hacían vistiendo la vestimenta monocolor con las que el maoísmo uniformaba a su gente. Los afortunados viajeros portaban los sellos con la imagen del timonel de Pekín y repartían los libros rojos de su decálogo como si de misioneros de una religión se tratase.
En las impenetrables inmensidades del gigante asiático, casi como ocurre hoy con su vecina Corea del Norte, millones de campesinos y trabajadores sufrían las atrocidades del sistema. Se encarcelaba, torturaba y mataba a mansalva sin que ello hubiera sido impedimento para el acercamiento, que tampoco consiguió la salida inmediata del tirano.
Menos aún se puso en orden la situación sobre libertades y derechos que todavía en el presente tiene muchos aspectos que corregir. En el plano internacional el régimen servía de base moral y financiera a grupos tan terroríficos como Sendero Luminoso en Perú. Pero al final el saldo fue positivo.
En el caso de Obama la pregunta ronda sobre qué encontraría en una hipotética visita suya a Cuba y por qué el gesto sería importante o en qué redundaría en beneficio de los cubanos.
Un paralelo posible para el bosquejo de una respuesta puede tomarse de la histórica estancia de Jimmy Carter en La Habana, justo cuando el movimiento opositor cubano había logrado la entrega del Proyecto Varela liderado por el Movimiento Cristiano Liberación.
Las palabras del ex presidente norteamericano ante un Fidel Castro gobernante, tuvieron un impacto incalculable al que no se le ha hecho justa valoración. Solamente el reto de que el discurso del ex presidente demócrata fuera publicado íntegro en el Granma y la mención que hiciera sobre el proyecto ciudadano que buscaba la materialización de un plebiscito apoyado en las bases constitucionales socialistas de la Isla, lograron más que todas las posturas de enfrentamiento conocidas durante décadas.
Desde otra perspectiva, otro episodio que permitiría valorar en positivo una estancia de Obama en Cuba se corresponde con la visita pastoral de Juan Pablo II casi a finales de los noventa.
Entonces muchos creyeron que aquel periplo no estaba acorde con la situación imperante en la isla y menos aún lograría cambios. El viaje del Pontífice polaco había sido postergado por el gobierno cubano durante una década. Cuando finalmente se dieron las “circunstancias” acordes al criterio del Partido Comunista cubano y a pesar de que el Papa ya se encontraba tocado por los años y la enfermedad, su presencia definitivamente marcó el corazón y la historia de Cuba para bien.
Baste recordar la experiencia del Sagrado Corazón ocupando por unos días uno de los edificios de la emblemática Plaza de la Revolución y el gesto de los que miraban la extraña aparición. El minoritario rechazo incomprensivo de los recalcitrantes contrastaba a ojos vista con las lágrimas agradecidas de la mayoría.
Si la visita de Juan Pablo II dejó una huella indeleble en la memoria del pueblo cubano no sería menos el efecto que lograría la de un Obama querido y respetado, entre otras cosas por su papel en el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su presencia, más que sellar lazos políticos, serviría para acrecentar sentimientos de cercanía y afecto del pueblo cubano hacia el vecino del Norte.
No es difícil imaginar el baño de pueblo que recibirá en la cercana isla al primer mandatario afroamericano de Estados Unidos. Sólo por ello valdría la pena el viaje.
Seguro que Obama podrá reunirse con la disidencia. Ese encuentro no redundará en un empeoramiento de la situación para el actual gobierno ni definirá nada en el próximo futuro de unos y otros. Pero la conjunción del mandatario norteamericano con la gente común del cercano país sí puede significar la irreversibilidad de un cambio iniciado con la subida de las banderas en las respectivas embajadas de ambas naciones.
Al final ese estrechón de manos simbólico entre Barack Obama y el pueblo cubano, gestor genuino del futuro cambiante que se avizora en el horizonte de la Isla, deberá servir de acicate para que el Presidente norteamericano no dude en ser el primero en ir a Cuba.
(Publicado originalmente en Cubanet el 11/01/2016)