El día 28 de diciembre de 2014, en un hotel de Florencia, monseñor Ángel Lucio Vallejo Balda perdió la virginidad.
Lo ha confesado él mismo, ante la gendarmería del Vaticano, como quien enciende una yesca sobre una pila de leña seca. Se trata de un intento desesperado del sacerdote español por justificar en la pasión por una mujer su traición al papa Francisco.
Vallejo, de 54 años, y su antigua amiga íntima, la relaciones públicas italiana Francesca Immacolata Chaouqui, de 34, están acusados por la fiscalía vaticana de sustraer y filtrar abundante documentación secreta sobre las finanzas de la Santa Sede. Unos documentos a los que tuvieron acceso como miembros de la COSEA, una comisión instituida por Jorge Mario Bergoglio para supervisar las finanzas de la Santa Sede, y que terminaron formando parte de sendos libros publicados recientemente por los periodistas Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi, también inculpados por el Vaticano en un proceso cuya vista oral se inicia mañana lunes.
“Nada más acostarse con Francesca Chaouqui”, asegura Antonia Zaccaria, la abogada de confianza de monseñor Vallejo, “mi cliente se arrepintió. Decía: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿qué he hecho?’ Pero ya era tarde. Ella empezó a presionarlo mandándole mensajes cariñosos al principio —‘¿por qué no me haces caso? Me faltan tus besos’— y amenazantes después —‘¡eres un gusano, un fracaso como sacerdote y como hombre!’ Desde entonces hasta su detención, el pasado 1 de noviembre, monseñor Vallejo vivió aterrorizado. Estaba convencido de que la mafia andaba tras sus pasos”.
La abogada Zaccaria está sentada en su despacho de Prato, una ciudad vecina a Florencia. Dice que hasta ahora ha guardado silencio por respeto a la instrucción del caso. Pero que tras la decisión del Vaticano de apartarla, impedirle la comunicación con su cliente y designar en su lugar a una abogada de oficio, ya se siente con libertad para hablar. Antonia Zaccaria no niega la responsabilidad de monseñor Vallejo en la filtración de documentación reservada —entre otras cosas porque la gendarmería vaticana se incautó de dos ordenadores y un par de teléfonos repletos de pruebas—, pero trata de demostrar que en el ánimo del sacerdote español nunca estuvo traicionar al papa Francisco.
Una devoción por Bergoglio que la abogada trata de explicar de una manera muy peculiar: “Monseñor Vallejo no quería ir más allá de la cuenta con Francesca Chaouqui porque estaba casada. De hecho, durante el interrogatorio, dijo una cosa muy bonita: ‘Entre ella y yo se interponía la imagen del Papa cuando decía que las mujeres casadas no se tocan’. ¿Qué hizo entonces Chaouqui? Le contó que ella pertenecía a los servicios secretos y que su matrimonio era solo una tapadera. Incluso le dijo que los dientes postizos que tiene en la parte superior de la boca se los rompió en una misión secreta. Vallejo se lo terminó creyendo. Y el día 28 de diciembre, en Florencia, cometió la debilidad de acostarse con ella. A partir de ahí, ya no tuvo escapatoria. Francesca sabía muchas cosas de Vallejo”.
No solo Francesca. El fuerte de monseñor Vallejo nunca fue la discreción. Desde su llegada a Roma en septiembre de 2011 —recomendado por el cardenal Antonio Rouco Varela a Benedicto XVI—, el sacerdote llamó la atención por su afición a las fiestas, a la buena vida y a los mensajes de Whatsapp, un cóctel siempre peligroso para un alto cargo del Vaticano y mucho más desde la llegada de Francisco. “Esa actitud nos dejó perplejos”, explica un alto prelado, “porque si algo aprendes al llegar aquí es a callar en todos los idiomas. Si hay que ir a una recepción, se va, se saluda a quien haya que saludar y se dice adiós; todo lo demás viene del diablo”.
Vallejo Balda no lo entendió así, y aunque la cúpula en Roma del Opus Dei —a cuya sociedad sacerdotal pertenece— le afeó en un par de ocasiones su actitud, siguió entregado al lujo y las amistades peligrosas. Cuando los gendarmes del Vaticano analizaron sus teléfonos, ya no les hizo falta investigar mucho más. No solo estaban ahí las fotografías de sus excesos mundanos, sino la fluida relación con un par de periodistas italianos a los que llegó a facilitar una clave para que pudieran bucear por los archivos del Vaticano. “Es verdad”, admite la abogada Zaccaria, “que Roma le provocó una cierta euforia, se sintió importante, sufrió una especie de delirio de omnipotencia”.
Hay una anécdota que lo refleja. Nada más llegar al Vaticano, monseñor Vallejo consideró que muy pronto lo nombrarían obispo, así que no solo fue a una conocida sastrería a comprarse los ornamentos episcopales, sino que los presumió sin ningún pudor. Allí siguen, colgados en el armario de una casa vacía propiedad del Vaticano a la que Lucio Vallejo ya nunca regresará.
“Hasta han llegado a decir que pertenezco a la mafia china”. La relaciones públicas Francesca Immacolata Chaouqui tiene asumido que a ella le ha tocado el papel de mala en una película que tiene más de comedia que de drama. “Pero lo más increíble de todo”, asegura, “es eso de que seduje a monseñor Vallejo. Es verdad que estuvimos en el mismo hotel en Florencia, pero él dormía con su madre. Es una infamia”.
Chaouqui acusa a Vallejo de ser el autor de las filtraciones, aunque no cree que lo hiciera para hacer daño a la Iglesia. Dice que detrás de todo, como siempre, están las guerras de poder en el interior del Vaticano. Y advierte: “Solo ha salido el 20% de los escándalos”.
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