Juancito
es un argentino que encantado con los cantos de sirena de la propaganda
castrista viajo a Cuba para disfrutar de sus playas y sol, alguien en su país
le había recomendado igualmente el destino turístico argumentándole que la
gente era muy cariñosa y la pasaría muy bien, Matías en persona se encargo de
convencer a 4 de sus colegas del Banco donde trabaja para que lo acompañaran y
les quito de la cabeza la idea de
visitar República Dominicana.
Todo
se comporto según lo planeado reservaron con la Agencia Turística Cubanacan y
el día señalado volaron a la isla sin mayores contratiempos, al llegar fueron
enviados al Hotel Las Américas en el balneario de Varadero, a unos 190 km al
este de la capital, y comenzaron su aventura de sol y playa, más todo no era
como le habían dicho a ellos, se encontraron un hotel que no tenia hielo y
muchos de los servicios no funcionaban.
Aunque
la pasaron bien decidieron irse a pasar los días finales de sus vacaciones en
Cayo Coco, fueron al buro de reservaciones de la misma agencia, allí le aconsejaron
viajar con AeroCaribbean la línea aérea que cubre trayectos nacionales y
regionales aunque tenían la opción de viajar por tierra con Viazul o rentar un carro, por lo que siguiendo los
consejos de los que saben decidieron tomar el avión por la comodidad y el
tiempo de viaje.
Fue
ahí mismo cuando comenzó para ellos el calvario que los llevaría a maldecir
haber viajado a Cuba, compraron sus boletos y en la factura les consignaron los
números de teléfonos de las personas que en caso de haber algún problema debían
contactar en La Habana para recibir la atención y el auxilio necesarios, le
auguraron tomar los mejores cocteles del país y que bailarían al ritmo de
experimentados profesores.
En
la madrugada del día 6 de agosto los levantaron en el hotel, estaba listo el
transporte que los llevaría desde ese punto hasta la terminal 1 del aeropuerto
José Martí adonde abordarían el vuelo de no más de 50 minutos y a disfrutar,
más la vida les daría un nada grata sorpresa, al llegar aun de madrugada se
encontraron con una terminal oscuras donde las personas dormían en los asientos
o en el piso, las moscas se posaban donde quiera y los baños, uff, no había
quien entrara del hedor que expedían.
En
ese mismo lugar una representante de la línea aérea le comunico que había
problemas con varios vuelos y que con toda seguridad volarían a las 5 de la
tarde si el avión no presentaba algún problema, no lo podían creer, se
sintieron solos y desamparados en un lugar donde no conocían a nadie y todo le
parecía hostil, más pronto se dieron cuenta que no eran los únicos extranjeros
que estaban varados, Venezolanos e Ingleses se las ingeniaban para descansar.
Decidieron
protestar, más la empleada les informo que eso era responsabilidad de Cubanacan
y les oriento llamar a los responsables, así lo hicieron pero una voz iracunda
desde el otro lado del teléfono les dijo que si “eran locos o no sabían leer el
reloj, que ella estaba durmiendo y que se las arreglaran como pudiera”, poco
falto para que le diera un infarto más no todo era malo, las funcionaria de la
aviación llamaron hasta el mismísimo Delegado del Turismo en La Habana sin otra
respuesta que una promesa de recogerlos y llevarlos a un hotel hasta que
partiera el vuelo.
Por
supuesto el tiempo paso y paso y la desesperación creció y creció, les
entregaron un refrigerio para que desayunaran y con una sonrisa en los labios
trataban de calmarlos, más de pronto una luz apareció en el horizonte un
representante de Cubatur buscaba a alguien, se les acercaron y este señor les
contesto que él no habían venido por ellos sino por un ómnibus para trasladar
el grupo de turistas que acaban de llegar, todo esto en la peor de las formas,
nada deberían seguir esperando.
Matías
no perdió el tiempo más comenzó a entablar conversación con varios cubanos los
que le dijeron que el maltrato y los contratiempos venían incluido en el
paquete turístico que él había pagado y que sencillamente se resignara pues si
protestaba mucho entonces podrían llamarle a la Policía para que lo detuvieran
y con suerte lo deportaran del país o se arriesgara a enfrentar una pena
carcelaria en las temidas prisiones del Régimen.
Agobiado
por la realidad Matías se resigno y se sentó junto a sus amigos a esperar por
un milagro que nunca apareció, pidió una indemnización y obtuvo por respuesta
una carcajada y un “estamos en Cuba señor”, finalmente voló a su destino a las
7 de la noche jurando por todos los cielos que jamás volvería a visitar la isla
del sol y las playas, quedando sus sueños de danzar y tomar mojitos cubanos
debieron esperar al otro día si con suerte hubieran los medios para ello.
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