Con el control del territorio vienen las riquezas, sobre todo cuando entre los recursos de ese territorio hay petróleo. Los terroristas del Estado Islámico (ISIS), como los analistas de la Casa Blanca, siempre lo tuvieron claro.
Gracias al petróleo que extraen en las zonas ocupadas del norte de Siria y de Irak, en muy poco tiempo se convirtieron en la “banda terrorista independiente mejor financiada del mundo”.
La frase es de David Cohen, el hombre designado por el jefe de la Casa Blanca, Barack Obama para destruir las finanzas del ISIS. Según los cálculos del gobierno estadounidense, el contrabando de petróleo reporta al ISIS al menos un millón de dólares por día.
Otras estimaciones hablan de 3 millones diarios: los contrabandistas podrían estar entregando a la banda terrorista hasta 1.000 millones de dólares por año para trasladar su petróleo de Irak y Siria hasta Turquía.
¿Cómo es que Turquía lo permite? En primer lugar, porque el presidente de ese país, Recep Tayyip Erdogan, es el socio de la OTAN con menos interés en terminar con el ISIS, una banda que le ayuda a tener bajo control el conflicto con los kurdos.
Pero aunque pusiera todo su esfuerzo en ello, tampoco es sencillo detenerlo. Los más de 800 kilómetros de frontera entre Siria y Turquía hacen especialmente difícil el control en una zona con larga tradición de contrabando.
Lo mismo ocurre con la frontera turco-iraquí, donde los históricos intercambios por fuera de la aduana no hicieron sino aumentar tras el derrocamiento de Saddam Hussein, en 2003, luego de la invasión estadounidense.
El crudo no es la única fuente de ingresos de los terroristas. Como toda organización mafiosa, el secuestro y la extorsión son los otros dos pilares de su modelo de negocio.
Según el mismo Cohen, sólo en los diez primeros meses de 2014 recibieron 20 millones de dólares de familias y gobiernos occidentales que pagaban por liberar a personas secuestradas por los terroristas.
Lo que obtienen mediante la extorsión, a la que llaman “impuestos”, tampoco es despreciable. Según el centro de estudios Council on Foreign Relations, sólo en la ciudad iraquí de Mosul recaudan un promedio de 8 millones de dólares por mes.
Se dice que son millones también lo que obtienen por la aberrante práctica de apresar a mujeres y niños en las zonas ocupadas para venderlos luego como esclavos sexuales.
Una fuente que parece haberse secado, al menos parcialmente, es la de las donaciones anónimas procedentes de Arabia Saudita, Qatar y Kuwait. Antes de que los terroristas se hicieran con el territorio, la simpatía de los millonarios en esos países fue el combustible que les permitió crecer.
Si bien la simpatía que despiertan en muchos no se terminó, las presiones estadounidenses sobre sus respectivos gobiernos y el endurecimiento de las normas de lavado de dinero en Kuwait, frenaron el trasvase de fondos a gran escala.
A cambio, los yihadistas del ISIS descubrieron el nuevo y lucrativo negocio de la venta de antigüedades de las ruinas saqueadas en las ciudades tomadas.
Empezaron a mediados de 2014 concediendo licencias de explotación a cambio de un 20% en los beneficios, pero en cuanto se dieron cuenta del tamaño del negocio comenzaron a invertir en maquinaria especializada y arqueólogos propios para explotarlo directamente.
Turquía y Líbano son los dos países clave para el viaje de las piezas hacia Londres, la principal plaza de antigüedades de Europa.
Aparte de ser un mercado oscuro, en el que se hace muy difícil rastrear el origen, las antigüedades tienen la ventaja de que las bombas estadounidenses y sauditas nunca van a caer sobre las ruinas que las atesoran.
Donde sí apuntan los bombarderos es a las refinerías provisionales con que los terroristas del ISIS transforman el crudo en nafta. Por el momento, Estados Unidos ha evitado el bombardeo de los pozos petroleros.
Destruir las instalaciones de esos pozos significa destruir las posibilidades económicas de poblaciones enteras, sean o no afines al terrorismo.
Es como si Washington se hubiera dado cuenta, al fin, de que dejar a la gente sin posibilidades de desarrollo es la mejor forma de perder la guerra contra el terrorismo.
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